Ramón Conde
Mis comienzos son los típicos de muchos artistas de mi generación, donde las escuelas de arte no abundaban y, las que había, no respondía a mis inquietudes del momento, ya que siempre traté de reflejar mis emociones.
Mi modelo podría ser entre otras, la obra de Kafka, donde este enfoque es también la base de su obra. Esos años, inicios de los 70s, marcan los inicios del gran cambio en nuestras sociedades occidentales.
Fue la época de la popularización del psicoanálisis, el anarquismo como reflejo de tirar por tierra los valores establecidos y un ansia enorme de buscar, incluso en la convivencia, nuevas formas de relaciones alternativas a la familia. Es la época del hippismo, de las comunas, del cuestionamiento de la religión y los valores tradicionales. Lógicamente en ese ambiente –y haciendo de la necesidad virtud– era de lo más normal nacer artísticamente como autodidacta.
Para mí el arte es, sobre todo, un sistema de comunicación emocional. Permite expresar sentimientos personales que fácilmente reflejan también las inquietudes de nuestros prójimos. De ahí la fascinación que sentimos por determinadas obras artísticas que terminan siendo símbolos de su época. Esta meta sería mi ideal.
Mis comienzos son los típicos de tantos artistas de mi generación, donde las escuelas de arte no abundaban y, las que había, no respondían a las inquietudes del momento; más bien estaban dormidas en un sueño neoclásico. También coincide una época muy especial: mi adolescencia corresponde a las inquietudes del 68, lo cual quiere decir que a aquel espíritu reivindicativo y de búsqueda, las autoridades consagradas y establecidas no agradaban. Aparte de los acontecimientos de tipo sociopolítico, todas las sociedades europeas buscaban nuevos referentes en prácticamente todas las disciplinas.
Fue la época de la popularización del psicoanálisis, de la gran eclosión sobre los libros de arte y artistas, el anarquismo como reflejo de tirar por tierra los valores establecidos y un ansia enorme de buscar, incluso en la convivencia, nuevas formas de relación alternativas a la familia. Es la época del movimiento hippy, de las comunas, del cuestionamiento de la religión, etc. Lógicamente en ese ambiente –y haciendo de la necesidad virtud– era de lo más normal nacer artísticamente como autodidacta.



Mi concepción del arte
Para mí el arte es, sobre todo, un sistema de comunicación. Permite expresar sentimientos personales que fácilmente pueden convertirse en colectivos. Quiero usarlo sobre todo para investigar emociones o matices que no se pueden reducir fácilmente al lenguaje racional. Es probablemente el sistema de expresión más antiguo y el que más elementos tiene de ese lenguaje primigenio que siempre hemos anhelado. Uso la manifestación artística con cierta influencia psicoanalítica. Comienzo manipulando el material, y una serie de experiencias y estados emocionales derivan hacia ciertas formas. Hay una simbiosis entre la habilidad manual y el subconsciente, y surgen formas que son la encarnación de nuestras experiencias. Esto permite un descubrimiento personal inusual y no siempre cómodo. A veces, estos enfoques personales tienen un gran poder de sugerencia y se adoptan colectivamente. Es el gran milagro y lo que consagra al artista como chamán de su comunidad.
Una obra en constante evolución
Mis primeras obras fueron de pintura. Podríamos considerarlo un laboratorio donde fui cogiendo la seguridad en mi quehacer, que preparó mi introducción a la escultura. Como suele ocurrir, este paso estaba anunciado por mi interés en realizar personajes muy nítidos de forma, sobre un fondo que contextualizaba dicho personaje. Ese interés en la narrativa personalizada facilitó el paso a la escultura, donde estos personajes se corporeizan de tal forma que pierde interés el contexto y solo existe dicha forma. Como decía, la temática estaba influida por el expresionismo y creando imágenes a las que era fácil incluir dentro de una cierta visión surrealista. Este quehacer duró relativamente poco tiempo.
Luego, tuve una etapa de contacto con el mundo rural, para mí fue todo un descubrimiento y me sirvió de inspiración para obras de corte más popular. Empecé a reflejar personajes como salidos de la tierra, escenas colectivas, en definitiva —sin perder el bagaje anterior— creé un universo que debía mucho a la cultura popular.
70s
Estas obras, del año 74, son buen ejemplo de mis primeros trabajos. En ellas son evidentes el interés por las formas rotundas, como dibujadas en el espacio, características desarrolladas posteriormente a lo largo de toda mi obra.
80s
Mi interés artístico fue evolucionando hacia visiones mucho más realistas y desprovistas de cualquier elemento que yo considerase literario. Esto no sólo se refiere a las ropas u objetos que portasen, sino incluso al pelo que, como objeto muy sujeto a modas, termina definiendo épocas. Me tomé con cierta disciplina el aprendizaje de la anatomía, al punto de llegar a crear obras que se me antojaban como máquinas de torsión donde las masas musculares tenían que reproducir de una forma visual su tensión, mostrando de forma muy evidente de dónde partía el primer movimiento y sus consecuencias. Todo esto, sin disminuir en ningún momento el interés por las expresiones faciales como motor de comprensión de toda la obra.
90s
Algunas de estas obras están instaladas en espacios públicos, donde encajan bien en nuestro entorno porque su aspecto geológico evoca nuestras montañas redondeadas, llenas de rocas salientes que transmiten una sensación suave y, al tiempo, poderosa. Es la gran eclosión de los monumentos públicos donde realicé obras tan capitales como los Rederos de Vigo y numerosas obras de gran impacto popular en diferentes ciudades, como son: La Lechera en Ourense, El Guardián en A Coruña o Alonso de Fonseca en la Universidad de Santiago de Compostela.
2000s
Empecé a hacer un tipo de obra de evidente proyección biográfica. Paternidades, donde un hombre joven y musculoso protegía o cuidaba a un infante. Obras de fuerte impacto emocional, de las cuales hay algunos ejemplos en espacios públicos.
Característica de esta etapa es la búsqueda de la perfección en volúmenes, líneas y acabados trabajando a escala monumental.
En esta época, mi interés radica en poner énfasis en el subconsciente o en lo que le es más accesible: los sueños, las imágenes delirantes y, en general, todo aquel contenido que pueda saltarse el control racional. La dualidad de sentimientos e ideas es habitual, quizás en nuestra misma esencia, ya que poseemos dos cerebros y, normalmente, no van al unísono, sino que suelen expresar sentimientos y posiciones opuestas.
70s
Estas obras, del año 74, son buen ejemplo de mis primeros trabajos. En ellas son evidentes el interés por las formas rotundas, como dibujadas en el espacio, características desarrolladas posteriormente a lo largo de toda mi obra.
80s
Mi interés artístico fue evolucionando hacia visiones mucho más realistas y desprovistas de cualquier elemento que yo considerase literario. Esto no sólo se refiere a las ropas u objetos que portasen, sino incluso al pelo que, como objeto muy sujeto a modas, termina definiendo épocas. Me tomé con cierta disciplina el aprendizaje de la anatomía, al punto de llegar a crear obras que se me antojaban como máquinas de torsión donde las masas musculares tenían que reproducir de una forma visual su tensión, mostrando de forma muy evidente de dónde partía el primer movimiento y sus consecuencias. Todo esto, sin disminuir en ningún momento el interés por las expresiones faciales como motor de comprensión de toda la obra.
90s
Algunas de estas obras están instaladas en espacios públicos, donde encajan bien en nuestro entorno porque su aspecto geológico evoca nuestras montañas redondeadas, llenas de rocas salientes que transmiten una sensación suave y, al tiempo, poderosa. Es la gran eclosión de los monumentos públicos donde realicé obras tan capitales como los Rederos de Vigo y numerosas obras de gran impacto popular en diferentes ciudades, como son: La Lechera en Ourense, El Guardián en A Coruña o Alonso de Fonseca en la Universidad de Santiago de Compostela.
2000s
Empecé a hacer un tipo de obra de evidente proyección biográfica. Paternidades, donde un hombre joven y musculoso protegía o cuidaba a un infante. Obras de fuerte impacto emocional, de las cuales hay algunos ejemplos en espacios públicos.
Característica de esta etapa es la búsqueda de la perfección en volúmenes, líneas y acabados trabajando a escala monumental.
En esta época, mi interés radica en poner énfasis en el subconsciente o en lo que le es más accesible: los sueños, las imágenes delirantes y, en general, todo aquel contenido que pueda saltarse el control racional. La dualidad de sentimientos e ideas es habitual, quizás en nuestra misma esencia, ya que poseemos dos cerebros y, normalmente, no van al unísono, sino que suelen expresar sentimientos y posiciones opuestas.