Ramón Conde

Biografía del escultor

Mis comienzos son los típicos de tantos artistas de mi generación, donde las escuelas de arte no abundaban y, las que había, no respondían a las inquietudes del momento; más bien estaban dormidas en un sueño neoclásico. También coincide una época muy especial: mi adolescencia corresponde a las inquietudes del 68, lo cual quiere decir que a aquel espíritu reivindicativo y de búsqueda, las autoridades consagradas y establecidas no agradaban. Aparte de los acontecimientos de tipo sociopolítico, todas las sociedades europeas buscaban nuevos referentes en prácticamente todas las disciplinas.

​Fue la época de la popularización del psicoanálisis, de la gran eclosión sobre los libros de arte y artistas, el anarquismo como reflejo de tirar por tierra los valores establecidos y un ansia enorme de buscar, incluso en la convivencia, nuevas formas de relación alternativas a la familia. Es la época del hippismo, de las comunas, del cuestionamiento de la religión, etc. Lógicamente en ese ambiente –y haciendo de la necesidad virtud– era de lo más normal nacer artísticamente como autodidacta. Mis primeras obras –estilísticamente hablando– reflejan un interés por el expresionismo, el surrealismo, la fascinación por el psicoanálisis y –como no, dada la juventud– un interés sexual explosivo.

Mi concepción del arte

Conjugando emoción y razón

Para mí el arte es, sobre todo, un sistema de comunicación. Permite expresar sentimientos personales que fácilmente pueden convertirse en colectivos. Quiero usarlo sobre todo para investigar emociones o matices que no se pueden reducir fácilmente al lenguaje racional. Es probablemente el sistema de expresión más antiguo y el que más elementos tiene de ese lenguaje primigenio que siempre hemos anhelado. Uso la manifestación artística con cierta influencia psicoanalítica. Comienzo manipulando el material, y una serie de experiencias y estados emocionales derivan hacia ciertas formas. Hay una simbiosis entre la habilidad manual y el subconsciente, y surgen formas que son la encarnación de nuestras experiencias. Esto permite un descubrimiento personal inusual y no siempre cómodo. A veces, estos enfoques personales tienen un gran poder de sugerencia y se adoptan colectivamente. Es el gran milagro y lo que consagra al artista como chamán de su comunidad.

Una obra en constante evolución

Pasado, presente y futuro del escultor

Mis primeras obras fueron de pintura. Podríamos considerarlo un laboratorio donde fui cogiendo la seguridad en mi quehacer, que preparó mi introducción a la escultura. Como suele ocurrir, este paso estaba anunciado por mi interés en realizar personajes muy nítidos de forma, sobre un fondo que contextualizaba dicho personaje. Ese interés en la narrativa personalizada facilitó el paso a la escultura, donde estos personajes se corporeizan de tal forma que pierde interés el contexto y solo existe dicha forma. Como decía, la temática estaba influida por el expresionismo y creando imágenes a las que era fácil incluir dentro de una cierta visión surrealista. Este quehacer duró relativamente poco tiempo. Luego, las necesidades económicas y el deseo de independencia, me llevaron a aceptar trabajos en el catastro, de fácil entrada en aquellos años. Esto me puso en contacto con un mundo rural de una forma más intensa e la que conocía haste ese momento. Fue el encuentro con una naturaleza que se me antojaba virgen, llena de castaños centenarios que parecían haber explosionando y solo mantenían el dramatismo de sus carcasas. Con el románico y el barroco popular en unas imágenes que, cuando muchos años después estuve en México, pude apreciar en abundancia. Y en ese sentido ver las raíces profundas y populares de obras como las de Frida Kahlo.​

Esta nueva influencia me llevó a un cambio radical de obra. Empecé a reflejar personajes como salidos de la tierra, escenas colectivas, en definitiva —sin perder el bagaje anterior— creé un universo que debía mucho a la cultura popular. Coincidía además que en mi ciudad este tipo de arte figuras muy destacadas, siendo para mi el más entrañable Arturo Baltar. Con los años, este artista —de cierto sentido Naif— produjo retablos y pequeñas instalaciones de un carácter poético inigualable.

70s

Estas obras, del año 74, son buen ejemplo de mis primeros trabajos. En ellas son evidentes el interés por las formas rotundas, como dibujadas en el espacio, características desarrolladas posteriormente a lo largo de toda mi obra.

Obras de Ramón Conde en los 70

80s

Mi interés artístico fue evolucionando hacia visiones mucho más realistas y desprovistas de cualquier elemento que yo considerase literario. Esto no sólo se refiere a las ropas u objetos que portasen, sino incluso al pelo que, como objeto muy sujeto a modas, termina definiendo épocas. Me tomé con cierta disciplina el aprendizaje de la anatomía, al punto de llegar a crear obras que se me antojaban como máquinas de torsión y que las masas musculares tenían que reproducir de una forma visual la tensión, la torsión, o cualquier otra de las posibilidades que se diese en estas masas, pero donde fuese muy evidente de dónde partía el primer movimiento y sus consecuencias. Todo esto, lógicamente, sin disminuir en ningún momento el interés por las expresiones faciales como motor de comprensión de toda la obra.

Obras de Ramón Conde en los 80

90s

Algunas de estas obras están instaladas en espacios públicos, donde encajan bien en nuestro entorno porque su aspecto geológico evoca nuestras montañas redondeadas, llenas de rocas salientes y transmiten una sensación entre suave y poderosa.

Obra de Ramón Conde en los 90

2000s

Empecé a hacer un tipo de obra de evidente proyección biográfica. Eran paternidad, donde un hombre joven y musculoso protegía o cuidaba a un infante. Fueron obras de fuerte impacto emocional, de las cuales hay algunos ejemplos en espacios públicos.

Obra de Ramón Conde en los 2000

Hubo momentos en que estuve muy tentado de crear obras con aspectos arquitectónicos. Además, más allá de los aspectos anecdóticos, considero los volúmenes, las líneas y el acabado perfecto. La escala siempre fue monumental. La pequeña obra fue siempre un comienzo que aspiraba a esa dimensión mayor. Alterné el interés por la policromía -con la característica singularizante que tiene- con el color uniforme, que subraya la forma. Es decir, trabajos policromados en resinas, con trabajos en bronce.

Obra de Ramón Conde en los 2000

En esta época, mi interés radica en poner énfasis en el subconsciente o en lo que le es más accesible: los sueños, las imágenes delirantes y, en general, todo aquel contenido que pueda saltarse el control racional. La dualidad de sentimientos e ideas es habitual, quizás en nuestra misma esencia, ya que poseemos dos cerebros y, normalmente, no van al unísono, sino que suelen expresar sentimientos y posiciones opuestas.

Obra de Ramón Conde en los 2000